lunes, 26 de septiembre de 2011

EL GIGANTE DE SAÓ

A esa pelada yo le regalaré / para su santo un sombrero de saó / pa que se tape y me tape a mí también / cuando yo la bese debajo el Ocoró. Este taquirari del poeta beniano Pedro Shimose homenajea un complemento indispensable de la vestimenta tradicional camba: el sombrero de saó. Hay diferentes tamaños y formas de tejerlo, pero sólo existe un lugar en el que es la base de la economía: el cantón Paurito, en el municipio Cabezas de Santa Cruz.

La palmera de saó es indispensable para Paurito desde su génesis, en este pueblo de artesanos fundado hace más de 350 años. No se conoce a ciencia cierta el origen de esta localidad que bordea los 3.000 habitantes. Sin embargo, el subalcalde Percy Álvarez tiene su propia teoría al respecto: cuando los españoles que fundaron Santa Cruz de la Sierra trasladaron de lugar la ciudad, un grupo de pobladores se quedó por el camino y se asentó en lo que hoy es Paurito. “Pero solamente es mi teoría”, matiza.

La tradicional feria del saó

Lo que sí saben con seguridad sus pobladores es que la palmera de saó es tan característica como importante para ellos y su desarrollo económico. El director del Área Protegida Municipal Palmera de Sao, Juan Carlos Escovar, asegura que en Paurito se teje el sombrero desde su fundación. Y, desde hace cinco años, se celebra en la aldea una feria dedicada a la materia prima, el saó.

“Si no conservamos la palmera, ¿cómo vamos a mantener a nuestras familias?”. Así resume el subalcalde del municipio Cabezas la importancia del árbol para Paurito, durante la inauguración de la V Feria de la Palmera de Saó, la noche del 10 de septiembre. Esta edición del festival es muy especial: 15 señoras de la Asociación de Artesanos Andrés Ibáñez han tejido el sombrero de saó más grande de Bolivia: mide 4 metros de diámetro por uno de altura. “Había que tejer y tejer y nunca podíamos terminarlo”, cuenta Aydé Ayala Suárez (44), presidenta de la organización. Ella fue parte del proceso al que las mujeres le dedicaron alrededor de ocho horas diarias durante tres semanas. Las artesanas participantes, en su mayoría, son veteranas, tienen entre 50 y 70 años.

Aydé explica que lo más difícil fue tejer la orilla del sombrero. Dado lo complicado de esta labor, optaron por utilizar el tejido más sencillo, el “echao”. La presidenta ya tenía experiencia en la fabricación de sombreros gigantes: hace algunos años, ella y su cuñada tejieron uno de tres metros para una comparsa de Cotoca. Pero en esta ocasión, el destino del sombrero es otro: venderlo para financiar el proyecto “Tomando Decisiones Económicas”, de la Organización No Gubernamental (ONG) Save the Children; esta iniciativa ofrece talleres de capacitación emprendedora así como de manejo financiero y ahorro a jóvenes de entre ocho y 18 años. El objetivo es que, con la recaudación, el proyecto sea autosostenible. “Con el monto que se va a recaudar de la venta del sombrero se va a dejar una base económica para que los próximos años esta feria sea más grande y llegue a más lugares”, manifiesta Fabiola Calderón, de Save the Children.

Los jóvenes de Paurito continúan con la tradición artesana heredada de sus padres, por lo que el dinero de la comercialización va a beneficiar directamente a la producción de objetos de saó. La ONG ha financiado la fabricación del sombrero gigante con 4.000 bolivianos que se han destinado a la compra de la materia prima. Ahora, el precio de salida para quien desee adquirir la gigantesca obra es 550 dólares.

Hacia el récord Guinness

“Queremos que cada año aumente (de tamaño el sombrero)”, afirma Rómulo Pérez, comunicador de la ONG, hasta conseguir el ingreso en el libro Guinness de los Récords. Fue él quien tuvo la idea de hacer esta monumental pieza tradicional del atuendo camba. “Buscamos algo que impacte para mostrar todo el proceso que se ha hecho de emprendedurismo, del área protegida… Y ese impacto fue el sombrero”. Además, “Paurito quiere mostrarse como emprendedor”, añade la coordinadora en Santa Cruz de Save the Children, Rita Salvatierra.
“La gente acá en Paurito es experta por tradición en el tejido de la palmera de saó y con eso los pauriteños producen sus artesanías, las venden”, añade Salvatierra.

Los hombres se desplazan aproximadamente 30 kilómetros hasta el lugar donde crece la planta. “El área de la palmera de saó cumple un función social con la gente: de ahí sacan la materia prima para elaborar todas las artesanías”, explica el director Juan Carlos Escovar. El área protegida tiene una extensión de 758 hectáreas, a la que los saoseros acceden en carros tirados por caballos, por respeto al medio ambiente.

Una vez allí, sacan el cogollo recién nacido del árbol. “Es como un lápiz”, explica Escovar. Tiene las hojas pegadas y hay que recolectarlo antes de que se abra y quede como un abanico, pues entonces ya no sirve para la elaboración de las artesanías. Cada palmera produce un solo cogollo, pero crece durante todo el año. Aparte, para la extracción del saó, es necesario solicitar un permiso. “Estamos sacando, pero no estamos matando a la planta”, manifiesta el director.

De madres a hijas, y a hijos

“La palma de saó es la materia prima que ha dinamizado la economía en Paurito desde épocas inmemorables”, señala Salvatierra. Para frenar la tala indiscriminada que afectaba al área edil, los pauriteños solicitaron una ordenanza que la protegiera, que fue promulgada el 2005. El año siguiente elaboraron un proyecto normativo que fue aprobado el 3 de octubre del 2006. En septiembre del 2007, se celebró la primera feria. “Sin área protegida no hay trabajo para los artesanos”, comenta Rómulo Pérez, destacando la importancia de la zona que cuenta con la presencia de un guardaparques.

Edita Vargas lleva 40 años entrelazando hojas de palma. “Todo el tiempo estoy tejiendo”, asegura la experta. Ella ha enseñado a sus hijas y a sus nietas, pero los chicos no tejen. Lo tradicional es que los hombres vayan a recoger los cogollos y las mujeres elaboren las canastas para cumpleaños, los sombreros, los floreros e, inclusive, piezas de ropa de saó. “Les da vergüenza porque son hombrecitos”, asegura Rita Salvatierra.

Sin embargo, y a pesar de que no alardean de ello, “los hombres tejen igual”, aclara la presidenta de la asociación Andrés Ibáñez. “Mi hijo tiene 13 años y sabe tejer”. Cree que él también formará parte de la organización dentro de unos años. La mayoría de las artesanas y artesanos aprende viendo a sus mayores. “No me costó porque yo le miraba a mi tía, que tejía, y yo decía: ‘Yo quiero hacer, yo quiero hacer’. Entonces mi tía: ‘Agarre, me dice. Lo vas a hacer así y lo vas a cruzar’. Y rápido aprendí”.

La veterana de la asociación tiene 81 años de edad y se llama Damiana Ramírez. “Si la vieran cómo teje… ¡Rápido! Una hora puede tardar en tejer un sombrero”, dice Aydé, con tono de asombro. Damiana es chuquisaqueña, de Camargo. “Vinimos a tratar caña con mis hermanos, mi padre, mi marido”, relata. Al día puede hacer hasta media docena de objetos de saó. Al no ser de allí, no heredó la tradición de sus mayores, sino mirando “a unas y a otras”. Luego, enseñó la técnica a hijos y nietos.

“A veces nos juntamos con la vecina, nos ponemos a hacer, mirando novela… Porque ahora ya tejemos sin mirar, miramos la novela y los dedos trabajan. Somos expertas”, explica Aydé. La líder asegura que, para hacer un sombrero de saó, no hay más secreto que aprender a tejerlo bien.

Las artesanas suelen recibir grandes pedidos especialmente para las fiestas de los pueblos de la región, y también para septiembre, que es el mes que recuerda la efeméride de Santa Cruz. Es en esta época cuando elaboran faldas, vestidos y tops de saó. Y es durante el festival de la palma que en la misma localidad puede verse a las bellas candidatas a Reina de la Palmera, luciendo atuendos hechos de este material.

Durante la feria, se acercan personas de otras localidades, incluida la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, a comprar todo tipo de sombreros. “Los usamos para protegernos del sol”, manifiesta una cruceña mientras se prueba uno en el puesto de Edita Vargas. La artesana asegura que seguirá tejiendo mientras viva. Y el comercio del sombrero de saó no es sólo local. “Se lleva también a donde hay tradición”, comenta la presidenta de los artesanos. Por ese motivo, reciben encargos desde Sucre y Trinidad. Asimismo, la asociación ofrece cursos de tejido con saó y con otros tipos de materiales como el jipi japa, así como de acabado de la orilla del sombrero.
Jóvenes emprendedores

“Buenos días. Pasen a disfrutar de este majadito de charque, está delicioso, hecho por nosotros”. Así es como invita a los comensales Sisi (14), que cursa en primero medio del colegio Gabriel José Moreno, en Paurito. Ella y sus compañeros de clase participan en el proyecto “Tomando decisiones económicas”. Durante la feria tuvieron un puesto en el que vendían chicha, empanadas, majaditos... y ponían en práctica los conocimientos adquiridos en los talleres que les imparten en su colegio, a través de Save the Children.

“Podemos aprender cómo negociar con gentes mayores y (la capacitación) nos sirve para nuestro futuro”, dice sonriente la adolescente, que quiere estudiar administración de empresas. Al año que viene, ella y sus amigas piensan volver a colocar un puesto en el evento. Las ganancias las están ahorrando para repartírselas cuando salgan bachilleres, dentro de tres años.

“Para proteger los derechos de los niños, tenemos que trabajar con su entorno”, explica Fabiola Calderón, integrante de Save the Children. “Nuestro objetivo final, a la larga, es mejorar la vida de los niños y niñas adolescentes en Bolivia”, complementa. “Una de las ideas ha sido elaborar el sombrero de saó más grande de Bolivia”.

Con esta iniciativa, aparte del objetivo económico, también se busca reforzar la identidad artesana de Paurito y que la feria sea cada vez más conocida. “El sombrero significa la esperanza”, manifiesta Amparo Camacho, coordinadora de Save the Children. “Tanto el área protegida como la asociación de artesanos son parte importante de la identidad de nuestro pueblo”, asegura Rómulo Pérez. “Queremos que, en un futuro, esto sea patrimonio cultural”, añade.

Por el momento, la elaboración del sombrero gigante ha relanzado el festival anual al que, según los pauriteños, ha acudido más gente que otros años. El objeto fue expuesto en la plaza, acompañado en todo momento de lugareños y visitantes que posaban delante de él para inmortalizar el momento. Ahora, solamente queda venderlo y pensar en el próximo año.

Y como no podía ser de otra manera, los pauriteños se despidieron de la feria del saó bailando en la plaza de su población al compás del famoso taquirari de Pedro Shimose: “Si en la tranquera me pilla su mamá / con mi sombrero yo la saludaré...”

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